No es fácil cumplir un siglo de vida, y menos sin hacer nada de lo que deba uno arrepentirse. Quizás es lo que separa a grandes hombres como
Francisco Ayala de otros abuelos no tan ilustres que aún siguen dando guerra por ahí (la comparación es odiosa).
Un tocayo suyo, Francisco Ibáñez, cumplió ayer la no menos desdeñable edad de 70 con una buena noticia:
desea seguir dibujando para disfrute del respetable.
A los dos, muchas felicidades y gracias por vuestra obra.