El Peatón del Aire

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  • Pesadillas que nunca tuve

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    Denigrante historia de amor

    Federico es un huevo blanco, de cáscara débil, descendiente de las estresadas gallinas de una granja rural. Federico es el superviviente de una docena de simientes que acabaron fritos, escalfados o en rica tortilla. El último de doce, ahora aguarda en la despensa, solitario, su turno.

    Sus compañeros de prisión raramente le dirigen la palabra: las nauseabundas patatas bañadas en tierra, los estériles paquetes de pasta o las estilizadas botellas de aceite y vinagre rara vez dirigían su mirada, pese a saber que pronto compartirán sartén. Pero Federico tiene un amor, alguien a quien querer.

    Rubia, tímida, de rápidos movimientos, insociable, Ingrid surca la alacena en los ratos de oscuridad. Como toda cucaracha espera a que los humanos se ausenten, para que sus brillantes tonos ocres paseen su triste condición. ¡Qué bella se divisa al horizonte!, ¿y si me atreviera a decirle algo?

    Pero los terribles hados, que no sólo se han mofado de su condición, le han preparado una trampa. Justo a mitad de camino entre dos estanterías, la luz invade la sala: Un humano alto y despiadado ha entrado a por patatas. Despavorida, Ingrid atraviesa trompicadamente la jungla de botellas adyacente a Federico.

    - ¡Ey! ¡Ey! Chica...
    - ¿Es a mí?
    - No temas, no voy a hacerte daño. Rápido, escóndete tras de mí.

    Pasa la ovalada sombra, Ingrid ha escapado temporalmente de las garras del humano,
    que se bate en retirada buscando refuerzos.

    - Gracias ¿Por qué lo has hecho? Todos aquí me odian.
    - Me gustas desde el primer día que te vi y pasaste acariciándome con tus antenas.
    - Pero tú eres un huevo y yo una cucaracha. Somos muy distintos....
    - No creas. Ambos tenemos una coraza que protege nuestro frágil líquido vital, si se resquebrajara, moriríamos. Ambos estamos marginados, estamos solos.

    La perfecta geometría oval, las redondeces de sus formas y de sus palabras han conmovido al blátido, cuya imperfecta anatomía le priva de tener lagrimal con la cual amortiguar la emoción. Lentamente, atusa la panza de Federico, primero con sus antenas, luego con las patas, y luego con sus pinzas en un intento de beso inexistente.

    - Nuestro tiempo es efímero, el humano vendrá a por ti, y a mí me reservan para el próximo almuerzo o cena...
    - ¡shhhhhh! No malgastes tus palabras, dime algo bonito...

    Y mientras Ingrid repasa los restos orgánicos encostrados en Federico, bajo la opositante mirada de las féculas y la ironía de los aceites, éste deleita sus órganos sensoriales con sus versos:

    Concha de ámbar
    Sagitas al viento
    Entre la nada
    Voy escondiendo
    De tu mirada
    De tu aliento.

    Un ruido interrumpe la plática: El humano ha vuelto. En la mano izquierda porta una escoba; en la derecha, un insecticida. Es una lucha desigual, mas Ingrid no está alerta. Sigue ensimismada en su particular beso, que se cubre con una sombra de escoba, y se adereza con el crujido acompasado de ambas conchas: El humano ha acertado.

    Ahora yacen, heridos de muerte, Ingrid y Federico. Ahora funden sus viscosos fluidos, como su infinito amor. Ahora embarcan en el cubo de la basura hacia su luna de miel con destino al vertedero. Lo que el hombre ha unido, que no lo separe nadie.

    Esta es la denigrante historia de amor entre un huevo y una cucaracha. La hilarante narración de una pasión singular. El triste testimonio de la cruel vida. Pero, ¿es acaso más digno nuestro querer? ¿quiénes somos para censurar el afecto, venga de donde venga? ¿no somos, siquiera, capaces de imaginar un amor imposible?

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