Donde guardo mi ruina
A la señal de ¡ahora! me traicionó mi subconsciente. Fue entonces cuando me asaltaron las dudas en bandadas de a miles, acosando mi área de Broca con bombas de lapsus línguae. Lo tenía en la punta de la lengua, e hizo una cuádruple cabriola mortal hacia el centro de tu pabellón psiquiátrico auricular.
Mis palabras cayeron por entre tu canal auditivo desgarrando las paredes con uñas de hiel y cieno, para acabar tañendo patéticas melodías de señales eléctricas en tu anfiteatro neuronal. Entre ellas, un blues de guitarras desafinadas con las lágrimas que las hienas nunca derramaron por sus muertos.
Al siniestro son, las neuronas bailaban y hacían el amor con las escasas glías que aún no habían estallado, en un incestuoso y macabro éxtasis. De la tórrida coreografía, cierta sinapsis parió una criatura enviada con cigüeñas de impulsos que acariciaron en un glorioso paseo tu cabeza.
Entonces te llegó la orden. Tu rostro se almidonó de sobriedad y tus ojos se apagaron un momento en señal de respeto a esta fúnebre procesión. Tus labios engalanados de vacío se abrieron en atenta mirada a la lengua que, colgada del patíbulo del cielo de tu paladar, se arrojó al vacío: NO.