Entremés para los ratos de insomnio
-En una aséptica y lúgubre consulta médica, un señor ataviado con traje oscuro entra trompicadamente. Su rostro está sudoroso y amarillo. En la mesa, el médico especialista ojea unos prospectos.
Paciente: Sé que no debería molestarle para una cosa como ésta doctor, pero es una incomodidad, sobre todo cuando llega la hora de afeitarme.
Doctor: Déjeme ver esa mejilla.... ¡Uf! ¿desde cuando lo tiene?
P: Un mes o cosa así... Dígame, ¿es grave?
D: Podría serlo si no se remedia a tiempo. He visto casos simples como éste que por desidia han acabado en una desgracia...
P: (incrédulo) ¿Por un grano? ¡No sea exagerado doctor!
D: No es un grano, le ha brotado un alma... un alma enconada.
P: (con cara de asombro) ¡No es posible! Si hago mis revisiones. Incluso una vez me detectaron síntomas de ternura y rápidamente me la extirparon.
D: ¿En qué trabaja usted?
P: Trabajo en la banca, para más inri... ¿Se imagina usted la sorna entre mis compañeros? ¿Cómo les digo que tengo alma...?
D: Bien, acompañe a la enfermera a la sala de curas, voy a preparar el instrumental.
P: Espero que no sea doloroso...
D: Lo será compartir su vida con un alma. ¿Se ha dado cuenta de lo desdichado que sería? ¡ande, ande! Pase y no me ponga más remilgos...
-Tras el chirrido de la puerta, el doctor enciende un cigarro, le da una profunda calada, se sienta y marca un número de teléfono. Al habla, una oscura y misteriosa voz.
Voz: Es la cuarta vez que me llama en dos semanas doctor. Veo que cumple las órdenes que le dictamos. Por su conveniencia y la de sus hijas sabe que debe colaborar en nuestra cruzada.
D: (titubeante) Tenemos otro caso terminal...
V: Deberíamos vigilar más su distrito doctor, ¿Cree que estamos ante una epidemia?
D: Cada vez ataca con más celeridad y virulencia. Esta vez le ha tocado a un banquero. ¡Imagínese qué podría ser del resto de la humanidad!
V: Mañana hablaré con mis superiores. Proceda como los demás, ya he dado la orden para que recojan el cadáver cuando termine. Buen trabajo doctor.
D: (atropelladamente) Adiós, buenas tardes...
-El médico se levanta parsimoniosamente y abre el candado de la taquilla, sacando un siniestro frasco del que extrae con una jeringa su contenido líquido. Acto seguido, abre la puerta de la sala de curas.
D: (con voz hipócrita) ¿En qué sucursal me dijo que trabajaba usted? ...