El Peatón del Aire

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  • Pesadillas que nunca tuve

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    Juicio en Pandemonium

    No sé cómo empezó todo esto, pero por desgracia intuyo cómo acabará. Irritado por una asfixiante atmósfera de hiel y humo mis ojos no pueden ver más allá de mis manos. En la boca, un cigarrillo de nada entumece mis ajados labios aspirando vacío que insuflo a mi mente. En la garganta, el abrasivo whisky se ha encargado de convertir mis cuerdas vocales en pintiparada soga para semejante patíbulo.

    Testigos y compañeros de desdichas, aunque con mejor fortuna, dos sombras a diestra y siniestra, ambas entumecidas, acongojadas, pero aliviadas por no estar en el último peldaño de este infierno labrado en sangre y lodo. Una mano en la espalda amortaja mi decisión, ora leal y resignada, ora egoísta y arrogante. Se agota el tiempo, lo leo en el minutero de la frente de mi vecino, y en segundero de sus pupilas. Es mi turno.

    Enfrente, una desgarradora y alienante voz de ultratumba eriza mis sentidos y acucia, que poco falta para agotar mi exiguo saldo. Hace tiempo que la suerte me abandonó por un perro callejero de mejor futuro, y la última solución me dejó por un aspirante a suicida. Alguien va a ser un perdedor y quiera o no yo llevo todas las papeletas, ganadas a pulso unas, regaladas por el súcubo de la calle del cieno otras.

    Con el pulso tembloroso, leproso, dejo caer dos fichas y una falange sobre el montón, justo al lado del hígado, la hipófisis y un riñón que aposté en la anterior mano. No tengo nada más con que pujar: El dinero lo perdí con pareja de corazones, cuando otro tenía un full; y confiado con uno de éstos, malgasté mi alma que el destino me arrebató con un póquer de ases. Buenas cartas, mal momento.

    Durante un instante dudo entre creer a mis neuronas y plantarme, o claudicar ante mi bilis y subir la apuesta. Con el desprecio con que una hiena desgarra el estómago de un ciervo putrefacto, planto sobre la mesa mi palabra. Nunca pensé que llegaría a apostarla, y a juzgar por la cara de espanto de los demás congregados, ellos tampoco. Sé que es una locura, una vez estuve cuerdo y no me gustó lo que vi. Sé que el destino guarda cartas en la manga, sé que sólo tengo un farol...

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