El Peatón del Aire

Ella me esperaba en la puerta de la iglesia - la puntualidad es uno de sus escasos defectos – para ir a ver los fuegos. Recuerdo que a su paso sonaba la traca de los corazones de los pobres mortales que se cruzaban a su paso, rendidos ante la evidencia de sus gracias; envoltorio que hay que descartar para saborear el verdadero néctar de su ser, auténtico elixir de dioses, cóctel cerebrovascular no apto para todos los públicos a degustar sin prisas, que sólo llevamos una vuelta en este maravilloso viaje alrededor del Sol.
Hace mucho tiempo residía en el Averno, pero ni el mismísimo Pedro Botero la soportaba y la expulsó al Nilo, donde los cocodrilos le hacían reverencia y los faraones le rendían culto para herejía y envidia de otras deidades. Cuenta la leyenda que su espada ha matado tantos orcos que basta su fulgor para que permanezcan escondidos para los jamases, mas su acero es tan firme que me dejaría depilar por ella. Y como nuera de Darth Vader daría para una suculenta trilogía, que ella nunca dejaría que una princesa de la alcurnia de su cuñada anduviera de pingos con un macarra con Han Solo – que para maromos ya está ella-.

Yo le enseñé a leer el mapa de las estrellas, ella me enseñó a recitarlo. Yo la infecté de raciocinio y ella me extirpó el corazón, que ahora guarda en una caja con flores secas y un poema escrito en una hoja de papel cuadriculado. Hemos cambiado sonrisas: Una de alegría mía por una mala, malísima suya. Ella tiene mis libros de puzzles lógicos, yo las aventuras de su faraón favorito. Y juntos tenemos a la Garland paseando por el camino de baldosas amarillas, a las estrellas como parque, y al mismísimo fantasma deambulando por el paraíso.

Tiene el don de la magia, pero no de esa puñetera magia barata de farándula. Hablo de auténtico poder de cambiar la física hasta llegar a redondear la constante de gravitación universal a 6’66. La miras a los ojos y ves los gravitones bullir y distorsionar el espacio-tiempo mientras mis escépticos cimientos tiemblan como gelatina intentado resolver sin éxito su ecuación. Su encuentro es de ese tipo de suerte que, cuando ves una estrella fugaz, sólo puedes darle las gracias por haberte concedido el deseo por adelantado.

Suspiro Estelar, polvo de estrellas, tono del arco iris, nácar del océano, te quiero con conocimiento y obra. Nos quedan tantas cosas por hacer: saludar a Goya, pisar un templo egipcio, ver las Tres Gargantas – por qué no -, y traer a Lucía. Muchas vueltas alrededor del sol antes de partir hacia el corazón del universo. No necesitas equipaje, tráete sólo lo mejor de ti, deja la bolsa de las cremas, cierra los ojos, que despegamos con la imaginación rumbo a Arcturus, o a Vega, o a Gemma. Del color de cada estrellas te haré una diadema.