Nunca he pegado a nadie...
...Y no sé cómo he conseguido madurar sin romper ninguna nariz. Busco en lo más recóndito de mi memoria y recuerdo a unos compañeros de séptimo de EGB atizándome mientras me reía de ellos. Cuanto más me daban, más me reía. Gané yo, pues me dejaron por loco y nunca más me volvieron a incordiar. También recuerdo mi adolescencia separando riñas o taponando algún que otro tabique ajeno.
No me considero cobarde. He huido de muchas tortas, pero nunca del fuego, ni del auxilio de nadie. Recuerdo mis proyectos de fin de carrera, rechazados por los más empollones del curso, acongojados por su complejidad; o cuando he tenido que hablar delante de cientos de personas en los distintos congresos a los que he asistido. No soy valiente de pegar, y creo que mi guión no valdría ni un céntimo en Hollywood.
Hay quien va por ahí enseñando las garras, dispuestos en apariencia a usarlas a la más mínima disidencia con su parecer. La ley del miedo es la más fácil de administrar cuando no se tiene razón, y si tú no enseñas también las uñas te creen presa fácil. Ahora que me he visto en la obligación de parar los pies al ogro, nadie de los que tanto alardeaban han mostrado gallardía alguna. Los valientes sólo se ven cuando les llega la hora.
Sólo los fanáticos están libres del miedo, mas procuro no convertir los míos en fobias. De niño eliminé el pánico a la oscuridad experimentalmente: Encerrado en el dormitorio, apagaba la luz en intervalos cada vez mayores hasta quedar totalmente a oscuras. Me resultaba ilógico pensar que los monstruos de la noche, de existir, siguieran mi estúpido juego apareciendo como títeres. Otras taras todavía no las he superado, sobre todo el miedo al rechazo.
Nunca he golpeado, pero sí he hecho daño. Es tan sencillo herir que a veces no caemos en la cuenta de ello. La injuria cuenta con un ramillete de posibilidades tal que no hace falta dar un gancho para que el hígado de la víctima caiga enfermo de hiel. No me gusta herir, no tengo enemigos, o eso creía hasta hace poco; y aunque a nada he golpeado tengo la sensación de que en este puñetero mundo nadie se va sin soltar un mamporro. Triste ¿No?