Disculpe mi inteligencia
El velo de la humildad protege a los guapos de la chulería, a los ricos de la codicia y a los inteligentes de la pedantería. Por eso, para eliminar todo rastro de humildad el ser humano ha inventado las prendas ajustadas, los deportivos y los libros, dando rienda suelta a todos nuestros desmanes: Concursos de miss y mister, coches como naves espaciales, y bibliotecas.
Qué garbosos quedan los guapos cuando te enseñan esa parte de su anatomía que a ti te queda como un trapo. Y qué simpático el dueño de ese coche, que me ha dejado dar una vuelta en él. De ellos debería aprender el pamplinas plasta ese que me acaba de enseñar un libro en inglés que no entiende nadie. ¡Seguro que sólo pretendía echarme en cara que es más listo que yo! ¡Será memo!
Cubro con grueso velo de dos capas mis dotes. Pues a la desgracia de haber sido educado en la humildad se une el tener dos gotas -no más- de lucidez intelectual. Yo quería haber sido guapo, o rico, y poder lucir esas dotes que combinan bien con cualquier defecto. Estar fardando en lugar de escribiendo. Ver sólo las letras en la etiqueta de mi ropa o en el escudo de mi vehículo.
Disculpe si mi ironía denota rasgos de malsana envidia o resentimiento, pues no es así. Simplemente me duele que en esta sociedad se castren neuronas por sistema. Con una buena operación estética o crediticia se puede lucir palmito o buga, pero no existe el serrín que tapone una mala testa. Dejadme conservar lo poco que me hace lucir, o volveré a ocultar mi inteligencia con mis infumables chistes malos.