Escepticismo VS credulidad
Hola, este es mi amigo el incrédulo. Buena la presentación que me hacen de vez en cuando. Pensarán que soy un nihilista, un enterao y un fanático. No soy incrédulo, soy escéptico, que es distinto replico pese a lo poco que me gusta conjugar el verbo ser con el tan difícil ejercicio del pensamiento crítico, mientras una mueca refleja en mi cara lo difícil y cansino que me resulta tener que explicar una y otra vez lo mismo.
Que sí, que yo creo: en mis amigos, en mi gente, creo en un futuro mejor, y en que este año ganaremos la liga de baloncesto, claro-; y sobre todo creo en lo que hago. Pero no creo ni en dios, ni en el gran pitufo, ni en la coproterapia, ni en el destino, ni en mi puñetera mala suerte exclamo encendido mientras mis contertulios se muestran más turbados aún. Me remango, que ahora toca lo más sesudo de la explicación.
¿Qué es creer? ¿ir a misa? ¿estar convencido de que algo es cierto? ¿tener esperanza en algo? ¿confiar? ¿opinar? Desde luego no es una imposición, a pesar de los inquisidores. Es un cheque en blanco que doy allá donde la moneda refutadora es incapaz de pagar. No creería en nada que supiera que es falso, por dura que me resultara la crudeza de su objetividad. Es más, no creería en algo que pudiera comprobarse, ¡directamente lo experimentaría!
Cada una de las cosas en que creo tienen la etiqueta de subjetivo bien grande. Pienso que todos debemos remarcar cuándo una cosa pertenece a la veracidad y cuándo vaguea en nuestra mente. Por mucho que crea en un mundo mejor, no puedo identificar hechos positivos con ese avance. El altruismo está reñido con los beneficios de las industrias farmacéuticas; y sin embargo, creo en la cura del SIDA del tercer mundo.
¿Y el escepticismo? Someter nuestro catálogo de afirmaciones a un juicio sumarísimo no es fácil. El incrédulo no confía en la palabra del otro, el escéptico simplemente etiqueta la vaguedad de unos datos de los que desconoce su validez. ¿Quién mejor que el segundo sabe qué significa un te quiero? Quizás por ello me gusta más practicar la querencia que recitarla. te quiero de facto, no hace falta que te lo creas.
A diferencia de ser cojo, mudo o católico, el escepticismo se granjea con el hacer. Así como un caballero que no deja paso a una dama pierde su condición en ese instante, la galantería intelectual se derrocha en cada una de las preguntas donde se agolpan especulaciones de todo tipo. De hecho, me encanta replicar con el humilde no lo sé y con el pusilánime lo pensaré, ya que sin saber ni pensar ¿cómo puedo refutar?
Un rostro cansado, enfrente, me hace cambiar de conversación. No entiendo cómo un adulto puede llegar a creer en las doce predestinaciones del horóscopo, en la aberrante impureza de la mujer en las religiones, o en las deidades del fútbol, y no den un margen de raciocinio a unas palabras escépticas. Para ellos creer es gratis, aparentemente no pierden nada, cuando en realidad están pagando el precio de su libertad intelectual.
Creo en mi libertad - pienso mientras dejo a mis contertulios hablando de fútbol. Me hubiera gustado haber podido creer un poco en ellos...