Hoy se inauguraba el
Museo Picasso de Málaga, con presencia del alcalde de la ciudad, del presidente de la Junta de Andalucía, y de SSMM los reyes. Eran mucho pez gordo para este vegetariano político, pero mi madre me convenció para que la llevara a verlos, consciente de que no es sólo un acto institucional, sino un hecho fundamental de la historia de esta pequeña ciudad (que quiere que cuente a mis hijos y nietos... bueno, cuando los tenga).
Conseguimos un sitio privilegiado, pues la comitiva pasó inesperadamente por allí (con la bienvenida lluvia la previsión era pasar en automóvil, y no paseando). Sin duda, pese a mis ideales no monárquicos, tengo que admitir que los reyes logran lo que no hacen los políticos. Ya me gustaría que el sr. Aznar tomara nota de ellos (Juan Carlos nunca haría los paletos comentarios del bigote a Pedro Duque).
Al finalizar el acto nos dimos una vuelta por los alrededores. La hasta ahora abandonada judería (o mejor dicho, lo que queda de ella) ha dado un vuelco increíble. Uno de los edificios en ruínas que permanecía apuntalado se ha salvado (y su histórica torre también) de la gravedad (tanto de la newtoniana como de la que califica la desidia política que ha sufrido). Las tiendas ya han sacado sus expositores con postales, albumes y almanaques de Picasso, que ahora acompañan a las ya existentes de la alcazaba, el cenachero o la plaza de toros (por nombrar algunas típicas).
Málaga está de enhorabuena: A la necesaria lluvia le han seguido los reyes (lo que implica que una vez se va a hablar de esta localidad por un hecho positivo en los telediarios) y el Museo Picasso. Y yo lo ví, para contarlo dentro de unos años en los días de tormenta. ¡Pobre descendencia! ¡la de batallitas que les queda por aguantarme!