Feliz Estancia
Se irá la tonadilla de villancicos a ritmo de bosanova con la que los gitanos titiriteros están atormentando mis oídos ahora mismo; se irá su delgaducha cabra margarita que sube la escalera y se sostiene a dos patas en el peldaño más alto. Así como ha dejado de sonar el horrible claxon de conductores atormentados porque un vehículo debía recoger a un anciano, vendrá de nuevo el operario que puso las luces de navidad, y todos pensaremos que se ha acabado un tiempo.
Yo, desde esta ventana desde la que me encuentro recluido, volveré a ver pasar a las amas de casa con las cestas de la compra; a sus maridos llegando de casa después de una ardua jornada, ora con un pan bajo el brazo, ora con una caja de herramientas. Partirá ese antiguo compañero de juegos que ahora tiene mujer y dos hijos y trabaja en la otra punta del globo, y serpenteará una y otra vez esa miríada de vehículos cuyos estruendosos sonidos reclaman el tiempo que parece haberles robado un vejete inválido.
Se acaba un año, otro empieza con la esperanza de cerrar un ciclo de hojas de papel atravesadas por números de colores llamados como los mártires del santoral. Desempolvamos de la memoria esos propósitos que prometimos cumplir y que olvidamos con el turrón y las rebajas. Haremos ciento y un rituales en vano, pensando que nuestras miserias se irán con el señor calendario, que nuestra ocasión la trae envuelta en papel de regalo un querubín vestido de almanaque de la pescadería de enfrente.
Nadie escapará a la dictadura del tiempo. Somos números soplados en velas, programados para cambiar nuestro juguete según el ordinal: En los primeros estadios, algo educativo, para pasar a algo destructivo en la juventud, y terminar con lo lenitivo. Durante todo este año seguirán aullando los automóviles para que un anciano no les robe ese tiempo que no emplearán en cumplir esos propósitos que se pueden formular una y otra vez. Con suerte, una vez serán ese anciano que espera la última campanada de su esclava vida y luego ya no volverá a oír gitanos, ni a ver luces.
Acaba este año, y mi propósito sigue siendo luchar contra la esclavitud de este tiempo. No soy un Peter Pan, ni mucho menos un Dorian Gray, pero me niego a hacer lo que me dicta mi tiempo sólo porque los demás lo hacen. Vivo en el más puro anacronismo e intento disfrutar del poco tiempo que consigo robar. ¿El truco? Cuando estoy en un atasco, en vez de tocar el claxon, cojo el periódico, ojeo algún libro o simplemente mando un mensaje por el móvil. Os dejo, que mi tiempo de escritura se acaba. Es hora de la comida. No os deseo un feliz año, sino una feliz estancia en esta vida. No seáis malos y dejad el claxon en paz.