Una hilera de mozas casaderas en espera de que algún caballerete se fije en ellas. Miradas que se entrecruzan. El de la camisa blanca se acerca a la de falda de topos. Le pide el baile. Ella asiente. No será sólo un baile, sino el comienzo de toda una vida en santo matrimonio. Tan primitivo como eficaz, tenemos que reconocer que las anteriores generaciones tenían un método de comunicación tosco pero de resultados incontestables: Sólo la parca tenía voz y voto en las separaciones.
El fin del
meme, del ritual, nos ha llevado a una época caótica en las relaciones. En teoría somos más libres para satisfacer nuestros deseos, pero en la práctica nos estrellamos contra un dique de leyes sobrenaturales que teóricamente nos debía defender del exterior, de los fracasos. Porque el concepto introducido ahora no es divorcio sino fracaso. Un nuevo sistema no equitativo que premia a veces a quien no merece, y que margina a quienes desde luego no lo merecemos.
Me lo contaba con maestría Woody Allen, puesto en boca de un inmensurable Fele Martínez (vaya saludito que te brindó ¿eh,
amiga Gae?) en la adaptación para el teatro de
Sueños de un seductor. Fele encarna a un esperpéntico crítico de cine vencido ante el abandono de su esposa y nuevamente ilusionado ante las desastrosas citas que una pareja amiga le procura. En su largos momentos de soledad le asaltará el fantasma de su insoportable mujer y el de un cómico Humphrey Bogart, un experto en féminas.
En dos horas de carcajadas ininterrumpidas Allen en boca de Fele autobiografía su irónica visión de las relaciones hombre-mujer; de sus miedos y tabúes. Y siempre con la ironía y sorna que caracteriza al autor, brillantemente adaptada a nuestro entorno. Un espectáculo que recomiendo fervientemente a quienes tengan la oportunidad de verlo, incluso a aquellos que son incapaces de ver una película de Woody Allen (esta adaptación no os defraudará, os lo aseguro).
Siguiendo con las relaciones hombre-mujer, esta noche tengo cuatro propuestas para salir y ninguna de ellas lleva incluido derecho alguno a roce. La estadística me dice que algo falla por mucho que los demás me quieran animar y sé que pese a no ser yo un gran partido, estoy sufriendo un pésimo arbitraje. No se puede ser tan imprescindible en la amistad y tan prescindible en el amor. Cuatro a cero... estoy que no le meto un gol ni al arco iris.