La desgracia que nos une
Apenas llevo una semana en Panamá y ya me siento como en casa. Sin quitar mérito alguno a la acogida de mis compañeros panameños, sé que mi adaptación también se debe a todo lo que compartimos los españoles con ellos.
Una desgracia como la de sufrir la invasión y colonización de la tierra es ahora nuestro nexo. La historia no está hecha por grandes hombres, y acá llegaron de los más miserables. Si no me guardan rencor será porque ha pasado bastante tiempo ya desde que nos perdieron de vista.
Me encuentro trabajando en el instituto Urracá, dedicado a un famoso indio que decantó la balanza de la guerra a su favor en innumerables ocasiones. Ahora hay un español que sólo viene a echar una mano, a ayudar. Ni un millón de ellas lograrían resarcir a este pueblo de aquella represión.
Como en mi casa, como en cualquiera de las visitas a Vallecas, al barrio del Carmen o a las Ramblas. Pese que mis compañeros de fatiga, catalanes todos, se empeñen en hacerme convencer que portan distinto pasaporte. Tarde lo veo, amigos míos. La desgracia es lo que nos une, para bien o para mal.