Considerando que en esta vida se castiga a las malas personas otorgándoles riquezas (las grandes fortunas no se amasan alimentando al cerdito de barro), algo muy malo habré hecho para que me castiguen con tanta dicha en este tour que estoy haciendo alrededor de Panamá.
Este peatón pudo caminar entre las nubes que habitan en las cercanías del
volcán barú, donde el visitante es acariciado con una brizna de
bajareque. Entre nubes uno entiende que los ángeles fuman demasiado, que se han apartado de guardar a sus custiodiados, y uno desea tomar de ese tabaco y quedarse a vivir por siempre en el planeta aire.
Si los querubines no me aceptaran, eligiría vivir en el planeta agua, en el distrito de
Bocas del Toro, en la misma bahía de los delfines, jugando con ellos, bailando con los peces, y conversando con los erizos y las medusas. Intentaría convencerles de que no fueran tan hostiles, que nunca les tocaría un pelo, púa, tentáculo ni nada por el estilo.
Ya con los pies sobre la tierra, cansado planeta donde el más leve caminar provoca escozor, torna la noche. Aparecen los tímidos habitantes del planeta Cielo. Ciento treinta y siete estrellas conté hasta caer en la cuenta que no importa su número, que basta una sóla para calentar un mundo, un planeta tierra, un planeta aire, un planeta agua.