Ninguna línea
Llegó el fin al principio de mi aventura en Panamá. Después de eludir algún que otro registro (en los aeropuertos todos somos presuntos criminales), de sufrir secuestro y agresión hacia mis maletas, y soportar la relatividad del tiempo según los husos horarios, he llegado a casita.
He rellenado unos cuantos estúpidos formularios, en los que digo que no soy toxicómano, ni participé en el holocausto nazi (nadie me preguntó por ningún otro genocidio), y donde promete uno hasta dejar de roncar. He pasado por varios países; los he identificado porque la policía lleva uniformes de otro color, pues no he visto ninguna línea.
No vi ningún país pintado de amarillo, o rosa, o celeste, no encontré ninguna línea que recortara Portugal de España, o que fijara el límite marítimo entre Estados Unidos y sus vecinos. Las nubes iban transgrediendo las fronteras, viajando libres, dejándose caer allá donde les placía. Hasta que el negro uniformó el horizonte y la noche cerró nuestros ojos henchidos de cansancio.
Todo lo que baja una vez subió, y a nuestro aterrizaje llegamos a la línea, la que decía que gente como yo (hispanoamericanos) eran extranjeros y gente con la que no guardo parentesco alguno (por ejemplo, un islandés) era tratado como un primo lejano. Supongo que alguien trazó una línea, maldito fuere por siempre su pulso.