Cuánto de rosa
Nunca me lo contaron, pero hace poco que llegó un elefante rosa a las puertas del zoológico de Barcelona. Esperaba que le recibieran con los brazos abiertos, pues su ídolo siempre había sido Copito de Nieve. Sin embargo, un serio señor de uniforme le impidió el paso. Sin entrada no hay nada que hacer. El incauto elefante le explicó que quería pertenecer a aquel lugar, ser el nuevo rey del zoo, privilegiado por poder contar con un paquidermo rosa; mas sólo obtuvo una sonora carcajada del guarda como respuesta.
-“No hay elefantes rosas, de dónde crees que me he caído”
-“Fíjese en el color de mis patas, en mi lomo, en mis grandes orejas...”
-“Usted es o un elefante, u otra cosa rosa, pero no las dos cosas a la vez. Aclárese” - Le cortó el guarda.
-“¿insinúa usted que no soy un elefante?”- dijo el pobre paquidermo en tono sarcástico.
-“Los elefantes son grises, y no hay ninguna cosa rosa que sea elefante, aunque usted tiene una pinta de elefante que tira p’atrás”
-“¡Oiga! Que yo no tengo culpa de que nunca haya visto uno como yo. No me juzgue por lo que otros son o dejan de ser”
-“Déjese de monsergas: o elefante, o rosa, usted elige”
-“No podría ser una regadera rosa, ni una mesa rosa, ni un pisapapeles gigante rosa. Yo sólo sé ser elefante...”- adujo angustiado el elefante.
-“Pues abandone el rosa”
-“Ahora que lo dice, este tono que tengo... es un gris bastante rosáceo”
-“Así está mejor, pase”- Consintió en tono amable y conciliador el guarda mientras le abría la verja.
-“Gracias. Muy amable. Mándele un ramo de flores grises a su madre de mi parte”
El ahora menos sonrosado paquidermo entró cabizbajo en el recinto pensando que el mundo se perdía la oportunidad de ver a un elefante rosa. Un conjunto de experiencias hecha norma. Un molesto contraejemplo desechado para no desperdiciar una regla. Hay cientos de elefantes rosas esperando a que nos demos cuenta de la verdadera tonalidad de su dermis. Quien no se haya sentido alguna vez como un elefante rosa, que tire el primer cacahuete.