La Estación Espacial sobre olivos
Esta noche hemos tenido una ilustre visita: La Estación Espacial Internacional ha pasado a saludar durante unos minutos peinando el cielo de Andalucía con un guiño de luz, un descarado y marchoso baile de entre las tranquilas y rítmicas constelaciones. Subir el cielo, para luego bajarlo, como un moderno Sísifo condenado al más plácido de los castigos. Yo había hecho coincidir mi loca y habitual carrera para finalizar en un lugar abierto como es la plaza que hay a una manzana de donde vivo. Sudoroso y extenuado, descansaba jadeante mirando al cielo y haciendo los ejercicios de respiración. Inquieto por la inmensa contaminación lumínica con que me encontraba, tuve al pronto mi recompensa: Por donde Antequera dicen que nunca sale el sol (que le pregunten a los de Estepa) apareció el ilustre invitado, trazando una perfecta línea hacia lo más alto del turbio cielo.
Fue un momento intenso, fascinante. Un simple punto que significa el triunfo de Galileo, de Newton, de Sagan, de la lucha científica. Un lunar de luz entre tanta oscuridad que nos invade. Al llegar al cenit, sintiéndome inmensamente afortunado me dije: “nunca tendrás un gran coche, ni una gran casa, no eres agraciado para los negocios, ni escalarás en tu empresa. Las mujeres no ven en ti gran cosa; y eres sabedor que, a veces, la gente no llega a entenderte. Pero tienes la capacidad de saborear lo infinitesimal, estás contemplando la gran maravilla de la humanidad nadar por las orillas del cosmos mientras los demás pasan ajenos pensando qué hará un estúpido como tú mirando fijamente al firmamento”. Luego se perdió por entre la bruma cósmica de luz, rumbo al Rincón de la Victoria, y de allí a África. De la misma forma empezó a diluirse mi euforia. ¡Para qué sirve contemplar la curvatura de la Tierra, si a la gente le gusta verla plana!