Nadie da nada por un chumbo
Un golpe de azada, luego otro, y un tercero más. La tierra aparece debajo de la yerma broza mostrando el camino que, año tras año, hay que despejar. Una vez fueron mis bisabuelos, y otras mis abuelos, pero ahora soy yo quien, de manera testimonial y quizás por última vez, peine con la azada estas tierras.
Se acaba el tiempo de los labradores en esta costa. Las almendras, algarrobas, higos, brevas, chumbos, uvas - moscatel, por supuesto - y un sinfín de tesoros dejarán paso a piscinas, jardines y garajes. Los arados dejarán su paso a deportivos, y los mulos... Bueno, hace tiempo que las bestezuelas dejaron de pisar por aquí.
No hay peor trabajo que el desagradecido. Y cultivar la tierra lo es. Otras labores, equiparables en dureza, están menos sujetas al capricho de la naturaleza. Para vivir del campo ahora es necesario que otros lo hagan por ti. Nadie da nada por una almendra, ni por un chumbo, pero el turismo es oro.
De vivir alguno de mis antepasados, creo que no lo entenderían. Ya nadie va a querer un corral para las gallinas, ni una palliza para los útiles de labranza. Ni hará falta sembrar arbolitos para que el vecino no cambie las piedras del margen cuando no estemos.
Hoy labro esta tierra como hicieron mis antepasados y como nunca más lo hará nadie. Hoy cambio el ordenador por la azada, el último testigo de la carrera de mi familia. Los labradores y marineros ahora somos gente de ciudad. Cambiaría mi carrera por cultivar estas tierras, pero nadie da nada por un chumbo.