Ayer fue mi bautismo de fuego en la ópera, y fue de rebote, porque me tocaron unas entradas para el
ensayo general de
Lelisir damore, de Donizetti. Mi cultura en música clásica es muy pobre, de lo más corriente: Bach, Beethoven, Mozart, Tchaikovsky, y poco más. Incluso reconozco que me quedo dormido en algunos fragmentos de estos. No he ido a ningún concierto, aunque sí a algún recital de piano y corales. Eso sí, al menos sé que no hay que llevar palomitas, que el móvil hay que desconectarlo, y que las traducciones simultáneas que aparecen en un gran visor no pertenecen a un karaoke.
Me hacía gran ilusión ir con mi amiga
Gaeri, pero
por su mala pata lo hemos tenido que dejar para otra ocasión, y recurrí a mi prima Mariu, que es una buena aficionada y me estuvo explicando algunas cosas de este género para mí casi desconocido. En contra de lo que pensaba la obra es muy divertida, y no ha perdido vigencia alguna. Pero engancha una vez estás en el teatro, en ese contexto, notando cómo vibran los asientos al son de la orquesta, o cómo las voces se van infiltrando por las plateas. Ahí notas la magia y la dificultad de este arte que, como dice Mariu, no tiene término medio: O te encanta, o no te gusta nada. Creo que he caído en el primer grupo.