Lágrimas del Monte Dorado
El Monte Dorado es una pequeña elevación que sirve de puerta de entrada a los llamados Montes de Málaga por la antigua carretera hacia la localidad de El Colmenar. Su falda conecta la ciudad con la sinuosa condición de este paraje; y sobre ésta se sitúa el colegio donde trabajo.
Bajo el monte un túnel conecta la parte norte de la ciudad con la autovía de circunvalación, y este pirsing que nunca quiso es empinado y peligroso a la vez. Sobre todo si eres un adolescente con ciclomotor. Esos chavales que se juegan la vida en espantosa conducción y en el día que mejor conduces, viene alguien y te arrolla.
Eso le ocurrió a un chaval hace unos años. No recuerdo su nombre, pero los diarios relataban que era de noche. Yo supongo que iría como buenamente se puede hacer cuesta arriba. Entonces un fantasma se lo llevó, sin testigos, sin vida. Así de simple y breve. Nunca se ha podido encontrar a su asesino, por mucho que sus padres inundaran Málaga de peticiones de ayuda.
Acabo de pasar por el Monte Dorado, y aunque han crecido y vuelto a marchitar, allí están presentes las lágrimas de los padres de aquel chico, en forma de corazón de flores frescas; postradas en el único testigo que bien hablaría si pudiera: una gris y triste farola a modo de lápida invisible señalando acusador el lugar de la tragedia.
Inadvertidas para muchos conductores que día a día deben trazar su cuesta, tal y como aquel día un cobarde no quiso ver ni responder, las señales aún me estremecen. Frescas como la corona que todos los días luce y gangrenosa, confío, en ese vergonzante matón disfrazado como uno más entre nosotros; hoy he vuelto a ver las lágrimas del Monte Dorado.