El Peatón del Aire

En las uniones de mi tejido nervioso ha quedado marcada una lección que me viene a la cabeza cada cierto tiempo como la oscilación de un péndulo, y que me fue registrada hace la friolera cantidad de años que abandoné el colegio. Yo no estaba muy pendiente de las letras gracias a los insulsos libros de Lázaro Carreter y a la peor mano de mis docentes, pero aquel día estaba muy atento cuando me dijeron que mi paisano Salvador Rueda apenas sabía leer y escribir cuando cambió la adolescencia por su fructífera carrera poética.

Y es que, sin el roce de la oportunidad, maldito queda el genio oculto en la lámpara. Científicas tras un delantal, pintores en el óleo de un taller, bailarines de a ocho horas en una oscura oficina, escritoras en caja rápida – máximo doce artículos -; cuántas carreras se han malogrado, equivocado, silenciado, enterrado en el anonimato. Un mal profesor, una difícil economía, o quizás un desconocimiento total de las posibilidades. Bailar es tan fácil: un pie, y luego otro... Eso por no hablar de la topología, o de un pincel. Coge un pincel y mira qué puedes hacer con él. ¿Violín? Por qué no, violín.

Quién me dice a mí que la vecina de enfrente no hubiera sido una nueva María Zambrano, en lugar de una tremenda cotilla; o que el bestia del quinto hubiera compuesto mejor que Beethoven, si no llega a darle al puño antes que al piano. O yo mismo, qué hubiera sido de mí si resulta que explorando mis facultades me encuentro con que soy el rey de la botánica. Inundaría toda mi ciudad de tulipanes azules. ¿Y tú? ¿Qué harías si tuvieras ese genio escondido? ¡Dale lustre!