La hucha
Dicen las malas lenguas que soy un manirroto aunque en mi defensa alego lo efímero de mi salario. Sin embargo, harto de escuchar eso de que con unos ahorrillos Fulanito se fue a las Seychelles, la sucia envidia me arrastró a la idea de comprar una hucha para ir echando moneditas con las que juntar todo un capitalito.
Y ese fue el primer error: gastar un dinero en un aparato para ahorrarlo. Mas pensé que era más divertido jugar a alimentar el lomo de un cerdito que a recopilarlas en un bote, lata vacía o similar. Así que me fui a un bazar de todo a cien, y por ese precio no encontré nada; pero por un poco más siempre es un poco más hallé una fea aunque divertida alcancía con la que comenzar el cuento de la lechera.
A ella fueron llegando monedas de uno, dos, diez, dos, uno, uno, uno, dos, y hasta veinte céntimos. Migaja a migaja fui labrando eso, un montón de migas que ni para los pajaritos. De vez en cuando caía despistada alguna moneda mayor, que pronto sería rescatada del error un fin de mes cualquiera. Así, cebé la hucha hasta que el brillo del cobre de alguna despuntara por entre la ranura de entrada.
Empujando y agitando el invento podía seguir echando moneditas, ora de diez, ora de dos, ora otra vez de uno. Qué larga es la espera cuando tan minuciosa es la minucia. Por fin los céntimos llegaron a colapsar la entrada aclamando la hora del parto, y del gasto. Ese momento tan esperado donde el cántaro dará para, al menos, coger un autobús a Graná.
No hubo cesárea, pues tan dichoso envase llevaba en sus posaderas un dispositivo de evacuación de monedas. Toda una camada de fortuna puesta sobre papel de periódico que iba a contar una y otra vez para disfrute de mi imaginación. Una lluvia de confeti de monedas de uno y de dos, de negras monedas de cinco y de alguna sorpresa en forma de diez o veinte. Es el momento de sumar, calculadora en ristre.
Rápido fue el recuento de las grandes: A un mísero euro llegué con la inestimable ayuda de otro clon que llevaba en el bolsillo. Con las de diez hice fortuna, y batí la entrañable cifra de mil de las antiguas pelillas. Luego las de cinco, que mucho engordan la hucha mas poco llenan la cuenta. Y para el final la debacle: chatarra y más chatarra para tan poco dinero. Es curioso lo que abultan noventa y nueve centimitos y triste no llegar a la centena.
Escasamente doce fue lo recaudado - creo que con las antiguas de cinco duros se ahorraba más -. Y raudo y veloz fui a gastar la fortuna en... Exacto. La pregunta del millón que no lo pillaré yo ahorrando honradamente es dónde va uno con una hucha llena de chatarrilla sin ser la mofa y befa de todo el vecindario. Ser millonario de lata y mugre y no poder tener la alegría de gastarlo.
Usted me dirá que ir soltando lastre cada vez que compro el periódico es buena idea, pero eso ya lo hice cuando cambiamos de pesetas a euros, y durante un año estuve acribillando a mi quiosquera con lo más granado y recóndito de mis cajones. Así que ahora soy persona non grata en ese establecimiento suerte que no vaya a comprar nada y tenga que darme cambio, que aún me la tienen jurada.
¡Un bazar! Eso es, comprar esas cosillas que siempre están bien: gomas, lápices, un archivador de cedés, y así hasta gastar casi todas las monedas grandes, que tampoco es cuestión de atosigar al ventero. Unos sobres en el estanco, un pico en una cuenta, e incluso unos euros en lavar el coche que este año no me había estrenado.
Hasta el momento he conseguido encontrar asilo para todas las monedas doradas y la mayoría de las negras y feas de cinco. Pero aún tengo aquí una miríada de tristes círculos que sin llegar a dos euros daría tres para que se los llevaran. Ni las hermanitas de los pobres cargarían con semejante regalo. Así que a la hucha van de nuevo, a esperar tiempos mejores, o peores, entonces sí que no le haré ascos.
Moraleja: Para mí ahorrar ha servido para malgastar el dinero en cosas que no voy a usar el lavado de coche fue lo único bueno de todo -, y para que no me vuelvan a hablar en todos los bazares del barrio. Eso sí, lo gasté sin remordimientos, pues ese es el único fin de tan laboriosa tarea: el pulirse sin miramientos lo que otrora se convertiría en herejía. Hazme caso: si vas ahorrar, mete papel nada más.