A lo largo de la humanidad se ha pertrechado las excusas más peregrinas para bajar el censo a base de tortazo limpio: El honor, la religión, la patria, la diversión, la etnia, incluso el pan de los hijos. Degollados, abrasados, asesinados en la nuca, en la cámara de gas, lapidados... la imaginación humana no tiene límites para aumentar el catálogo de formas de enviar al otro mundo al personal.
La nueva fórmula de nuestros mandatarios es asesinar en honor a la ética. La misma de que carecen cuando venden armas o miseria al tercer mundo, la que entierra en los reinos de Poseidón a cientos de inmigrantes, la que vuelve la vista atrás ante los genocidios; esa misma ahora florece para, en otro salto mortal, cerrar la puerta a posibles remedios de enfermedades tan inhumanas como la diabetes o el alzheimer.
Nuestros dirigentes se oponen a la investigación con células madres, aconsejados por la ya trasnochada ética, que no por el raciocinio. La ética que le insuflan las barras y estrellas, y la blanca y amarilla. Peligrosos clones ideológicos que promueven un
camino de sufrimiento y dolor... de los demás. Yo no pienso ser cómplice de esta barbarie. Pienso
HACERME ESCUCHAR.