La noche en que la Luna salió con Amaral y Lapido
Pasan las 8 de la tarde y el sol impone sus últimos rayos sobre el cielo de Granada. El taconeo de mis pies me indican que José Ignacio Lapido está probando sonido, pero en la fila todos aguardas sin prestar atención al son "de espaldas a la realidad". Pronto abren las puertas del palacio de deportes, y busco un buen sitio: segunda fila y en el centro - imposible arrebatar la primera fila a un grupo de adolescentes -. Miro a mi alrededor en busca de algún que otro acólito de la secta de los “lapidianos” antes que la actuación los delate. Justo a mi vera aparecen tres. Estos conciertos cuentan con la emoción añadida de encontrar gente con tus aficiones y motivaciones, capaces de recorrer diez, cien o quinientos kilómetros para ver al maestro en directo.
Hablando se hace corta la espera, y pronto irrumpe en escena el compositor, con la sobriedad que le caracteriza en el rostro, que en su matrimonio con la música es la guitarra quien lleva las emociones. Como es habitual, comienza con el rugir que la batería exhala con “nubes con forma de pistola” ante la expectante mirada de un público en su mayoría ajeno a la actuación que miraba, sorprendido, cómo un sector cantábamos al unísono sus canciones. Pocos autores pueden decir eso de “esta canción es nueva”, y ver cómo sus fans se la saben al dedillo, como ocurrió con “de espaldas a la realidad”. Breve fue la estancia del coreado maestro, que ofreció un repertorio para mi gusto muy tranquilo, aunque nadie le puede negar la fuerza que tienen canciones como “humo” y “no sé por dónde empezar”.
De entre bastidores Juan Aguirre dejó su rol de atento espectador para escoltar a Eva Amaral al centro del escenario. Su sugerente atuendo apenas podía llamarse vestido, pues su turquesas hechuras eran ideales para dormir en las noches de verano, en contraste con las vaqueras botas que calzaba. Jugando con esa dualidad, de ángel y demonio, sensual y guerrera, pícara y cabal, aire y fuego, hacía acto de presencia ante un público entregado por anticipado. El escenario resplandecía ante la fuerza y pegada de este torrente zaragozano que comenzó, como es lógico, con las canciones de su último trabajo “pájaros en la cabeza”.
A media actuación se dio – nos regaló – un capricho, y llamó al maestro para tocar, en desnuda emoción, “la noche en que la luna salió tarde”. El rostro de José Ignacio no podía contener el gesto, y los “lapidianos” celebrábamos aquel encuentro que, dicho sea de paso, no hubiéramos perdonado nunca haberlo desaprovechado. Fue lo mejor de la noche. Y a partir de entonces Eva se sintió reina de su fiesta, y se dejó seducir por cada uno de los acordes, aplausos, silbidos y piropos que se oyeron en las dos horas que duró su actuación, dando tiempo a recordar sus éxitos como “estrella de mar”, “sin ti no soy nada”, o la entrañable “Rosita”. Difícilmente podrá olvidar el cariño que la gente de Granada – y resto de visitantes – le dispensamos.
Las sensaciones a la salida fueron un tanto agridulces. Mal país éste, que ignora a un artista de la talla de Lapido, mas sin embargo algo está cambiando cuando una mujer como Amaral es capaz de salir adelante y convertirse en una estrella a pesar de las envidias y prejuicios de quiénes la tachan de venderse a lo comercial, ese fantasma que amenaza a la industria española y que es tan difícil de eliminar. Nadie le puede negar a Eva tantos años de música, de patearse los pueblos y escenarios para dar el salto y convertirse en una estrella con el fulgor suficiente para sentarse, con Lapido, junto a la Luna ¡y lo que te rondaré, morena!