Si no hubiera
mundo, demonio y carne no nos daríamos cuenta de lo bueno que son los buenos. Si no estuviera la maldad pululando por ahí, esperando a que caigamos en sus redes, no sabríamos qué gran misión ejercen estos señores que, gracias a su filantropía, nos dejan dormir como benditos todas las noches.
Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro benefactores que me la guardan: Uno se empeña en cuidar mi alma, en que vaya al cielo sin mácula - aunque para ello me tenga que cocer a ostias -. Otro vela por mi seguridad, para que el enemigo no me robe lo que los “amigos” ya me quitaron. El tercero cuida por mi dinero, dándome la rentabilidad que me merezco - o sea, ninguna -. Y un cuarto me da palmadas en el hombro mientras me introduce una papeleta en el bolsillo.
El denominador común de todos ellos pasa por hacerme sufrir para asegurarme mi bienestar mientras ellos se forran. Común también cómo se multiplican sus cuentas corrientes, su poder, y la justificación de su existencia. Si algún día se extinguiera el pecado, y se rindiera el enemigo, y no se avistara recesión alguna, tendrían que sacrificar toda su magnanimidad y ganarse el pan con el sudor de su propia frente. Acaso algún día tendrían que buscar un enemigo para poder subsistir... Acaso ese día ha llegado ya.
Estoy cansado de los buenos, no hace falta enumerarlos. Juguemos pues a ser malos.