Metrosexuales, la venganza
Sólo hay una cosa más horrible que estar en una discoteca atestada de tíos hinchados y repeinados: que les huela el sobaco. No me explico cómo después de tanta crema bronceadora, espuma fijadora y simulación de perfume de yodeima, se les olvide darse un refregón con el que no te abandona. Es muy pronto para la metrosexualidad, o es que yo aún no la entiendo. Creo que algo atufa, y no son las axilas precisamente.
Empecemos porque me parece genial que la crema pons que le mangaba a mi madre para cuando se me secaba la cara ahora la vendan con el apósito de “for men”, lo cual alivia mi pudor a la hora de comprarla en el supermercado. Y desde que uso cierta crema limpiadora he reducido los puntos negros de la nariz sin necesidad de esas tiras que estaban diseñadas para chatas y que apenas me cubrían media napia. Es más, ojalá pudiera volver a usar esa crema suavizante para mi extinto pelo. Por no poner trabas, ni siquiera pongo objeciones a la tirana moda de la depilación, que para un hombre lobo como yo implica que la única zona que no necesito rasurar es la misma que ya tampoco requiere del suavizante comentado.
Sin embargo no me gusta lo que veo: chicos esclavizados por el culto al cuerpo en la misma pose que sus homólogas femeninas en el centro de la pista de una discoteca. No bailan, evitando el gesto que les afee la pose, y esperan a que el último bomboncito se aperciba de su pavoneo. Yo pensaba que había que liberar a las mujeres de ser meros artificios, muñecas, floreros, objetos en definitiva; mas esa lucha ni siquiera ha comenzado. Parece como si la igualdad se tradujera en copiar comportamientos, más que en liberarlos, y ahora las mujeres se van de despedida de solteras y pueden hablar del culo de los señores sin ningún pudor, mientras que los hombres pueden maquillarse sin miedo a que nadie dude de su virilidad.
No sé si es lícito tragar con mujeres escupiendo en el suelo y farfullando como poetas del andamio, o con hombres jugando con el neceser de la señorita pepis, pero lo que no es de recibo es que ese maquillaje sólo sirva para camuflar una realidad llena de violencia de género, acoso sexual y discriminación laboral. Vestimos al machito ibérico de seda, pero el cabrón ahí queda. Le pintamos un cielo a las mujeres para que crean que vuelan mientras sigilosamente se les corta las alas. Aparentamos llevar las mismas libertades sin darnos cuenta que compartimos grilletes.
Me gustaría vivir en un mundo con menos pamelas (Anderson) y más paz (Vega), con menos playboy y más thinkgirls – tremendo palabro que me acabo de inventar -, con menos maquillaje, que es como el ketchup de la belleza, y más aliño. Un retoque aquí, un matiz allá, que la comodidad y la belleza no están reñidas. Mas no vamos por ese camino, seguimos obsesionados con la mujer hinchable; y las otras nos miran y nos copian, o acaso se desquitan. Eso es, la metrosexualidad es la terrible venganza urdida por sus maquiavélicas mentes para hacernos pagar con la misma moneda como si de una maldición bíblica se tratara. Debo asumir mi castigo, voy a pedir cita a mi esteticién.