No hay descubrimiento más desolador que el de no hallar deidad alguna que nos satisfaga en el extensísimo catálogo de religiones. Hay quien consiguen inventarse uno particular, o el que se aferra a la idea del agnosticismo más desesperado, con los dedos cruzados, a la espera de estar equivocado. Pero otros no conseguimos consuelo en ello, y mandamos a nuestro demiurgo a la cola del paro.
La definición es simple:
a-teo, sin Dios ni Amo que nos mande, ni que nos proteja, perdone o consuele. La libertad absoluta, que
Corcobado definió como "
La cárcel más grande de todas las cárceles". Una soledad en la inmensidad del Universo, ser ajusticiado sin venda en los ojos, mirar al sol sin gafas tintadas, tomar la carne cruda y la ensalada sin aliño.
Yo defino a Dios como "
un marcapáginas en el libro del conocimiento". Ese punto de lectura a partir del cual desconocemos lo que hay. En esta novela de preguntas y respuestas, le arrebatamos páginas a diario, acorralándolo en esta persecución implacable contra el lomo trasero. Pero no todos leemos al mismo ritmo, y hay quien queda fascinado mirando las inscripciones que ese objeto lleva impresas.
Como inscrita tenemos la idea de que, sin dios, la vida es mucho más fácil y libertina. Nada más lejos de la realidad. Sin un padre misericordioso, tus actos no serán jamás perdonados, debes afrontarlos con la responsabilidad y la madurez con que te despojaste de él. Respondes ante tu palabra y ante tu ética, cosas que son extremadamente difíciles de ganar, y muy fáciles de perder.
Y no hablemos del desamparo ante la adversidad de la vida, sin hombro en el que apoyarse para llorar. Ante el desamor, la pérdida de un ser querido, la catástrofe, o simplemente en esos instantes en que uno, sin saber por qué, se siente invadido por la astenia. Has de fabricar la esperanza con retales de ceguera, dios no te proveerá, ni la suerte va a actuar, así que únicamente te queda tu orgullo y tu personalidad para seguir adelante.
Entonces y sólo entonces caes en la cuenta de lo solo que se encuentra el ateo, y aprendes muchas cosas sobre la amistad. Aunque en esos momentos no encuentres alivio suficiente y parezca que desprecias su consuelo, realmente sabes que un amigo es un tesoro. No creo en Dios, pero creo en mi palabra, en mi ética y, ante todo, en mi fortuna: mis amigos... Ahora sé que no estoy solo.