Tomando el título de la canción de
Lapido, hoy la rabia me puede y no estoy para muchas bromas. Necesito descargar lo que llevo dentro, ora en un semáforo con un pobre taxista, ora con mis alumnos, ora con los amigos. Sin embargo mi educación me dice que mis problemas no deben incidir en quién no tiene culpa, por eso escribo ahora, como vía de escape para desahogarme.
Siguiendo con el maestro Lapido,
hay días que agobia respirar el mismo aire que la gente, días en que se
enfrían los sueños y cristalizan en pesadillas. Momentos en que un peatón está
cansado de andar y de no ir a ningún lado. Parece como si el viento nos esperara a
escupir para, acto seguido, rolar hacia nosotros. Instantes a
beber el trago más amargo, que es inseparable
licor del solitario.
Llega uno al extremo de estar
cansado de enroscar bombillas creyendo que son ideas, de
esperar un tren que, perfectamente sabemos,
no lleva a ningún sitio. Agotado por recibir
noticias del infierno, cuando uno
ve molinos donde sólo hay gigantes. Hundirse lentamente en las
arenas movedizas, bajo el peso del
futuro de cartón piedra diseñado a nuestra medida. Ojalá todo sea
un espejismo... el número siete.
Cuando fallan tus apuestas te das cuenta que
nadie besa al perdedor, y no hace falta ver ningún
electrocardiograma de mi corazón roto para verificarlo. Entonces, o te vuelves
invisible, o aprietas los puños y
gritas: "¡gabba gabba hey!" con la voz rota.
Hablo en serio aunque me ría, deberías saber que hoy estoy furioso con el mundo... Bueno, con todo el mundo no, que le debo a las letras del maestro Lapido el poder escribir esto.