El Peatón del Aire

A cada cual le llega el frío cuando le parece. Pese a estar a 5 de noviembre, escribo esto en mangas cortas - aunque he de reconocer que llevo dos días saliendo con una cazadora a la calle, y que por las noches refresca hasta el punto de echarme una colcha -. En este irregular otoño malacitano presiento que me está llegando el frío.

Los primeros en refrescarse el coco fueron los vendedores de ropa. En julio ya estaban saldando y cambiando escaparates. Es decir, que hace más de tres meses que no me compro nada, puesto que no soporto probarme la lana a treinta grados – ni cuando me lo dicten las grandes marcas -. Sin embargo, la ropa se queda ya muy “vista” y uno no tiene otro remedio que lucir y arremangar cosas del invierno.

Los siguientes en darnos la lata fueron los puestos de castañas. Ahora que empiezan a apetecerse desaparecerán tan rápidamente como llegaron ¡Por suerte para mis bolsillos! Siete tristes castañas por un euro... Desaparecerán con casi toda la fruta y brillará la reina hispana, que no es doña Leonorcita, sino esa naranja – y su prima mandarina -. Suerte de vivir junto a un reino en el valle de cítricos.

Yo sin embargo, determino que hoy llega el frío para mí. Era mediodía en la cocina cuando he oído a una de las rapaces que todos los otoños nos visitan. Nunca he llegado a determinar si son primillas u otros parientes, pero ya son varios los años que disfruto de sus vuelos. El año pasado tenían cría, pero este parece que no. Pese a que pasan inadvertidos para casi todo el mundo – por suerte – puedo oírlos llamarse uno a otro desde la cornisa más alta del barrio. Ya estamos todos, ya puede llegar el invierno.