Deberíamos callar más
Se le atribuye a Diógenes la máxima de que “tenemos dos orejas y una lengua, para oír más y hablar menos”, cuya moraleja se podría interpretar como: “habla todo lo que puedas y no se te ocurra escuchar a los demás, y no acabarás en un tonel”. Hemos pasado del Homo Faber al Homo Blablabla, de esperar agazapado en la maleza a los animales, a subirnos en las tarimas, auténticos patíbulos donde se ejecuta al silencio.
En este tiempo que he permanecido callado en este espacio blogalita he escuchado sandeces como de aquí al arcoiris y volver. He estado a punto de hablar de las tonterías vertidas sobre el estatut, auténtica hoguera de las vanidades, pero he entendido que no opinar me va a otorgar un grado de racionalidad que los charlatanes han perdido. La política me satura los oídos, y cuando veo a los del gobierno hablar sé que va a hacer propaganda de sus logros y cuando lo hacen los de la oposición será para anunciar el fin del mundo y alertarnos de lo mal que lo han hecho los primeros... ¡como si no estuviéramos sufriendo no sólo cada gobierno que vivimos, sino todos y cada uno de los anteriores hasta la letanía de los tiempos!
Me pregunto cuántas de las palabras que se vierten en los medios tienen un interés y significado real. Cuántas de las alabanzas de los gobiernos, de las mortificaciones de las oposiciones, de las historias del corazón, de las llamadas de teleoperadores, de los anuncios, de las promesas de enamorados, de los ríos de tinta y de los bittorrentes de Internet, son realmente grano, y cuántas son paja – probablemente de ojo ajeno -. Bolas de nieve que pueden engullir al más anónimo e inocente viandante que por allí pasaba.
No sólo de letras, ni de números, sino también de trazos se hinflan las venas. Desde la estrecha ventana que son nuestros ojos unos ven que ni su miseria, ni la opulencia de sus mandatarios, ni cualquier otra injusticia puede provocar tanta ira como una caricatura. Los iracundos son la caricatura de esa fe. El arte ha sido el incomprendido de la guerra, Sun Tzu aparte. Hay cosas sagradas cuya crítica conlleva mucho riesgo, por eso yo sólo me meto con la iglesia católica y disfruto de grandes obras del cómic como “la biblia contada a los pasotas” o “Jesusito superstar”. Pero por desgracia una carcajada se cotiza muy poco respecto a los silogismos...
Disiento de Diógenes, pues hablar menos no garantiza la calidad del discurso. Me encantaría escuchar a los ministros criticar sus carteras, a la oposición reconocer los logros del gobierno, a los difamadores adular a sus víctimas, que todos tengamos una caricatura en lugar de la foto del DNI. Deberíamos callar más, pero nunca a ostias.