Hoy tocaba hablar de indignación, no de la todos, sino la mía en particular. Tenía que hablar de la
vejación al derecho fundamental a la manifestación que se produjo ayer en Málaga. Algunos jornaleros se quedaron en el camino,
secuestrados o "invitados" a un área de servicio improvisado, mientras otros probaban la mala leche de la madera en pleno centro de la ciudad.
Pero ocurrió algo que me indignó más aún, que tampoco "captaron" las cámaras de las televisiones oficiales. Es más, sólo ha sido registrado por la oficina de empleo. Ayer dejaron a mi princesita plantada en la calle. La despidieron de su trabajo a traición, sin un porqué razonable, sin unas vacaciones pagadas, aprovechando los subterfugios con que la ley ampara al empresario.
Recuerdo una asignatura optativa que cogí en la facultad. Versaba sobre economía, y la abandoné cuando leí que el beneficio ocurría por el riesgo que asumía el empresario al mercadear con sus productos. Eso será en mercadillos y zocos, porque, aunque todavía no se pone en las cajas por falso pudor, vale más un sueldo ahorrado que la recaudación de todo un mes.
Por ahorrarse unas míseras pesetas, que a buen seguro se recuperará vendiendo falsos milagros a los pobres clientes, mi princesita ha abandonado la farmacia. De patitas en la calle por no querer hacer las guardias gratis. Confíe en su farmacéutico, siempre que no sea su jefe, apostillo. ¡Qué tendrán que ver las churras con las merinas y la ética con la cultura!
Mis pequeñas cosas sobre las cosas de los demás. Seguro que los señores Aznar y Chirac no serían tan prepotentes si gozaran del paro como premio a su incompetencia. Es más, bajarían bastante su autosuficiencia si gozaran del paro como premio a su competencia. Robar el derecho al trabajo es una de las peores vejaciones que podemos sufrir.
Como no soy mala persona, no deseo mala salud a esta farmacéutica. Todo lo contrario, deseo que ella y todo su pueblo gocen de tan buena salud que tengan que visitar la botica tanto como la biblioteca. Como a Aznar y Chirac, que les deseo que presidan mucho, pero su comunidad de vecinos, donde no tengan mano para ordenar repartir leches.
Y a mi princesita, que no la vuelvan a explotar, que lo único que sigan reventando sean los corazones de los hombres al pasar. Seguro que pronto hallará un trabajo digno y su sonrisa volverá a ondear por bandera. Ese estandarte que a los ojos del mundo parecerá una minucia, pero es una de mis pequeñas cosas que pongo por delante de las otras cosas.