¿Qué fue antes, el huevo o la manifa? ¿La rabieta del PP o la animadversión hacia ellos? ¿Los abucheos en los mercados o las manifestaciones contra el gobierno? ¿Cómo se consigue enlazar la cadena? ¿Cómo se puede romper?
Que conste que no soy partidario del lanzamiento de huevos sobre Rajoy, pues es una acción poco efectiva que acaba manchando a otras personas que no tienen culpa. Yo soy más de
tarta estilo Bill Gates, mucho más contundente, ingenioso, y que requiere una habilidad por parte del agresor que no contempla la intifada huevera.
¡Ojo!, no estoy poniendo en duda la libertad de expresión de este señor. Todo lo contrario, que uno está de acuerdo con Voltaire y la defensa del contrario. Pero además del derecho de expresarse está el deber de pensar lo que dice. Esa responsabilidad otorgada voto a voto que este individuo se ha saltado a la torera. Se ha vuelto un bulímico de los votos y de tanto tragar vomita su carpetovetónica ira.
De ahí mi defensa al dulce castigo: un tartazo – sin velas, que se pueden clavar en un ojo – es un toque de atención, una forma de canalizar toda esa violencia en merengada mala leche. Ya se daban el gordo y el flaco y nunca pasó nada. Claro que ellos forzaban el ridículo para hacer reír. Y un buen tartazo a tiempo le hubiera evitado más de una bomba a más de un líder iraquí.
Un tartazo a tiempo, acaso un huevo, hubiera sido la cura ideal de este mundo para los Bush, Bin Laden, Aznar, etc, para los secuestradores de niños, para los de la SGAE, y por supuesto, para el árbitro que nos robó el último mundial. Claro que para sentirse humillado antes hay que tener vergüenza...