Un arco iris ¿me entiendes?
Siete grados son muy pocos para el amanecer de una ciudad como Málaga, aunque muchos más de los que marca este helado corazón. El cabalístico número me ha hecho desistir del afeitado - un día es un día -, y ha paralizado mis pensamientos, lo cual he agradecido durante un instante, pues ya son demasiados los días que llevo en este agujero.
A toda calefacción viajaba cuando lo encontré bajo una nube, incompleto, intentando brillar y hacernos ver el milagro de esta naturaleza: la simple descomposición de la luz pasando por esas gotas que luego aterrizan sobre nosotros. Tan sencillo como bello, sin artista que lo pinte, sin historias que lo manchen, sin actor que lo fuerce, sin Ulises que lo tense.
Con ese abanico me identifiqué. Sé que no consigo explicar mis sentimientos, y estoy cansado de escuchar interpretaciones que para nada me convencen. Es todo muchísimo más simple: De la misma forma que la luz no puede evitar descomponerse al pasar por las miríadas de gotas, mi corazón no ha permanecido intacto al ser expuesto al prisma de una persona cautivadora... o dos.
El tormento de mi luz descomponiéndose en infinitos armónicos de dolor que se separan a la velocidad de la lágrima. Rayo que una vez fue del cielo, y que tuvo la suerte de pasar por unas gotas que sabía nunca le pertenecerán. Peor fortuna corrieron quienes sólo sirvieron para iluminar calamidades, y juro que pasaría mil y una vez por el mismo trozo de firmamento, aún conociendo el castigo por semejante osadía.
Elocuente no puedo ser ahora, como en su momento tampoco lo fui, pero me esfuerzo por explicar que tenía que ocurrir el momento en el que colarme por las rendijas de una nube para caer en la trampa y romper como un arco iris. No veo culpas por ningún lugar ¿me entiendes ahora? Vaya, olvidé que mi fulgor hace tiempo que cesó y que se me observa con opacas gafas de sol.