En defensa del Neoluddismo
Hay quienes creen que un ingeniero informático como yo debe rendir culto al Dios de la Luz Eléctrica; que debo pasar las horas admirando el metal, besando el plástico o rindiendo culto al silicio. Un extraño ser que, por obra y gracia del Gran Pitufo, le han sido reveladas las grandes preguntas del Universo: ¿Qué sistema operativo es mejor? ¿qué escáner me compro? ¿Cómo se piratea un DVD?
Así que uno se ve envuelto en largas conversaciones sobre ordenadores, móviles, y cachivaches de todo tipo que pronto dejarán de ser útiles y engrosarán los cementerios inorgánicos. Contertulios lanzándose acrónimos, rendimientos, trucos, comparativas y precios envueltos en nuevo traje de emperador. Académicos de foros de marujería informática que ponen a parir lo que no conocen.
Siempre pensé que hacen falta más inventos como la fregona, que levantó de su esclavitud arrodillada a muchas mujeres y a unos pocos hombres. Pero tanto los militares como los reyes magos se empeñan en someternos a las más caprichosas disciplinas tecnológicas. Vivimos en un mundo de miedo nuclear y pánico a quedarnos sin batería en lo mejor de la conversación.
Véase el ejemplo: Un jovencito, como premio a no dar palo al agua, recibe de sus padres un móvil última generación de los que hacen fotos; y retrata lo que más le motiva, es decir, las posaderas de una de sus compañeras de letra de curso. Curioso uso que no aparecía en el anuncio del citado aparato, ni en los esquemas de los que tuvimos el dudoso honor de soportar la marimorena que se montó.
En episodios como estos, es cuando uno se acuerda de un tal Ned Ludd - más leyenda que historia - y desea tomarla con estos aparatejos made in Belcebú. Ludd, junto a Herodes, patrones de los profesores. Pero uno sigue enamorado de la tecnología: destornilladores, botones, lápices, y un sinfín de sencillos inventos utilísimos, de cuyas malignas aplicaciones bien compensadas se ven.