Llegan las virgínidas, que no es un grupo pop ni una nueva fragancia, sino una prometedora lluvia de estrellas. Dicen que va a ser la más espectacular jamás acaecida, y que durará cuatro meses, desde febrerillo el loco, hasta el asténico mayo. Que en cada hora unos diez fragmentos perderán la virginidad del vacío en instantáneos orgasmos de luz allá donde nuestra atmósfera acaba su helena procedencia.
Desde ese televisor infinito donde contemplo mis cuerpos favoritos, ora mi Luna, ora mi Suspiro Estelar, ora mi Vega, una miríada de trazos escribirán su nombre con letras de fuego y oro, tal y como lo he deseado cientos de veces en el regazo de mi almohada con la tinta de mis lágrimas de carbón, que no de diamante; en una melodía que entonaré muy pausadamente en cada uno de esos flashes no aptos para impacientes. Canal iluso, veinticuatro horas de deseos sin interrupciones.
Hay que ser bobo para pensar que unas migajas de metal y piedra van a traernos lo que no hemos sido capaces de conseguir: la paz mundial, que gane nuestro equipo de fútbol, o que se acaben las letras de la palabra piso. Hay que ser ingenuo para dejarse atravesar por el frío y la humedad a la espera de un tren que nunca lleva a ningún sitio. Dejad de pedir deseos, y no me las distraigáis, que durante estos cuatro meses estarán ocupadísimas intentando complacer el imposible sueño de traerme a ella... ¡ Y no pienso dejar escapar ni una!