Dicen que los españoles no somos monárquicos, sino
“juancarlistas”; ese simpático señor que aparecía en
“Caiga Quien Caiga”, pero que ahora se tiene que conformar con salir en las monedas, y sin gafas de sol. Su imagen sencilla, simpática, y totalmente inofensiva nos produce un efecto placebo que nos elimina el dolor de ser gobernados por Pepe de Botella II.
Yo soy de la facción
“felipista”, ese hombre que con su tesón, valor y buen gusto ha conseguido quedar soltero
hasta los 35 años. Ahora se lo ve feliz y orondo, pese a su estresante trabajo como príncipe. Eso me lleva a pensar que son las mujeres y no el trabajo la causa de deterioro de los pobres hombres. Quien bien te quiere te hará sufrir, pese a que los jefes castiguen más que las mujeres.
Gracias, Don Felipe, es usted mi ídolo. Aún recuerdo el ultimátum de mi mamaíta para que me buscara una novia formal. Entonces le recordé que hasta las más nobles instancias tienen problemas para ello, y me dio de plazo hasta que el bombón de los Borbones hincara la rodilla en tan infausto sacramento. Mas el ejemplo no me podía haber venido mejor, pues el delfín es también del club.
En algo disiento con él, pues yo las prefiero morenas; discriminación que uno estaría dispuesto a saltar sin tener que recurrir a la industria del tinte. Además, a mí si me gustan las princesas, mas no las de las monarquías europeas, sino las que gobiernan el reino de mis sueños. De todas formas, ambos miramos en el mercado plebeyo lo que no encontramos entre la nobleza.
Don Felipe, sé que trataría a su pareja como a una reina, a poco que abdique su padre; que buscaría horas de su agotador trabajo para estar con los suyos, que tendría hijos sin pensar en las trabas económicas que le supondría. Un chollo de hombre como pocos quedamos. Siga usted sin casarse, así los ciudadanos se desvelarán por su felicidad, y no se preocuparán de su utilidad.