Me asombra el desparpajo con la que los estadounidenses llevan con orgullo todo su pasado y presente de chusmerío camorril. Desde el duelo en OK Corral hasta los recientes disturbios en Los Ángeles, el mamporro es parte de esa idiosincrasia (idiotasingracia diría yo) que nos han vendido hasta la saciedad, haciéndolos no sólo creíbles o justificables, sino hasta admirables y dignos de imitación.
Las dos últimas entregas cinematográficas del reparto de estopa “made in Hollywood” llegan por el campo de la fantasía y de la historia: “
Daredevil” y “
gangs of New York ” dos películas que hablan de la justificación de la violencia allá donde la ley no llega, recurriendo al odio, a la venganza y al integrismo religioso más salvaje, pero con, a mi entender, distintas lecturas.
Daredevil es el oscuro personaje de Marvel de traje de escay, abogado de día y juez de noche. Obsesionado por administrar justicia, no duda en tomársela por su cuenta en aquellos casos en que la corrupta administración deja escapar a los culpables. Pese a lo fascistoide de su perfil, la película nos muestra un interesante debate interior del personaje entre las bondades de su método y sus tremebundos efectos secundarios.
Sin embargo Amsterdam, el héroe del segundo filme no tiene ningún tipo de fisura en su escueta gama de moralidad basada en el odio, que roza el integrismo religioso y racial: los recién llegados al nuevo mundo, irlandeses y católicos, contra los “nativos” blancos – ningún indio asomó en su larguísimo metraje -. Dios estará de parte de los rectos, o sea, con nosotros.
Precisamente esa deidad propia del antiguo testamento que argumenta “gangs of New York”, choca de frente con el bondadoso confesionario donde “Daredevil” busca una respuesta a sus actos. De la misma manera, éste último confía en el sistema judicial, pese a sus fallas; algo en lo que ninguno de los personajes de la otra película confía de ningún modo.
Quizás el verdadero espíritu de la nación norteamericana sea el de alfaca y garrote, el de la ley del más fuerte, dirimiendo las diferencias a palizas. Al menos ése es el que ahora nos inunda, pues sólo veo plasmado el sentir ilustrado de personas como Jefferson o Franklin cuando una profesora negra intenta explicar la reostiogésima enmienda y le da una lección de moralina a un grupo de niñatos descerebrados, tal y como nos repiten en las sesiones de sobremesa de los fines de semana.