Sóplame, tocayo
Me acuerdo perfectamente: corría el año 81 como lo hacíamos mi amigo José Luis y yo tras el autobús, que ese día era gratis para los escolares. Nos dirigíamos al paseo de La Farola, donde un malagueñísimo sol de enero, de los que no se encuentran en ningún otro lugar, recibía a un anciano escudado por noventa velas. Estábamos celebrando el nonagésimo cumpleaños de Don Jorge Guillén.
Como regalo, la ciudad le donó uno de sus rincones más bonitos, en plena malagueta, enarbolado por un busto ni tan bello como el cenachero, ni tan grotesco como el homenaje a Cánovas. Hubo tarta para todos y juegos. A la vuelta tenía la impresión de que de los horribles libros de Lázaro Carreter se había escapado un insurrecto personaje como símbolo de rebeldía, reivindicando la diversión como método de aprendizaje.
Lo recuerdo tan vivamente como la siguiente vez que le vi, tres años después, en el salón de los espejos del Ayuntamiento de Málaga. Esta vez no había pasteles, aunque sí velas, las que escoltaban su capilla ardiente. Con él moría la sublevación, los libros de la editorial Anaya volvieron a ser un mausoleo del color de la indiferencia, y las matemáticas ganaron conmigo a un fiel amigo.
De todos los Jorges que se celebran hoy, quiero ignorar a quienes manchan los nombres, y me voy a quedar con Guillén. Su día es el del libro, y su obra me describe el mismo paisaje que, todos los días, intento descifrar. Sóplame, tocayo, con la brisa del mediterráneo y ayúdame a terminar estas letras con uno de tus versos; ése que trata de lo que quería hablar hoy:
LOS NOMBRES
Albor. El horizonte
entreabre sus pestañas,
y empieza a ver. ¿Qué? Nombres.
Están sobre la pátina
de las cosas. La rosa
se llama todavía
hoy rosa, y la memoria
de su tránsito, prisa.
Prisa de vivir más.
A lo largo amor nos alce
esa pujanza agraz
del Instante, tan ágil
que en llegando a su meta
corre a imponer Después.
Alerta, alerta, alerta,
yo seré, yo seré.
¿Y las rosas? Pestañas
cerradas: horizonte
final. ¿Acaso nada?
Pero quedan los nombres.
PS: De bien nacido es que recomiende para un día como hoy la obra de Eugene Ionesco (y no sólo “El peatón del Aire”, sino cualquiera de sus otras obras: “Rinoceronte”, “la cantante calva”... ). También os recomiendo dejar los libros, mirar al cielo, y leer la caligrafía que forman las estrellas.