Qué bella es mi ciudad... en elecciones
Todo el año debería ser época de elecciones, con sus jardines rebosantes de flores, sus finales de tormentosas obras recién inauguradas, sus policías paseando y saludando al potencial votante; si hasta esa farola que nunca encendió ahora ilumina con garbo la foto del candidato de turno cuya sonrisa anuncia pasta, aunque no de dientes. ¡Qué bello es vivir en elecciones!
En los insulsos barrios que sólo se ven perturbados por el sonido de algún claxon atrapado en segunda fila o una pelea callejera - ya sea de perros, de perras, por ellas o entre sus hijos – florecen los farolillos y guirnaldas que anuncian la venida del nuevo mesías político. Bienaventurados los que vienen a mi mitin, porque de ellos serán las banderitas y chapitas de propaganda.
Claro que no siempre llueve a gusto de todos, y los aguafiestas de la oposición siempre están sacándole faltas a todo. No sólo ven toda la suciedad que invade las calles, sino que la pestilencia les llega desde la gestión actual. Lo más alarmante del saqueo de las arcas municipales es que no van a dejar nada que robar al equipo entrante. ¡Solidaridad con los colegas, pardiez!
Un cruce de acusaciones más peligroso que aquel adornado perpetuamente con el confeti de partículas de faros y parachoques. Un discurso tan manido, previsible y aburrido, que a uno le entran ganas que se acabe toda la campaña de una vez y volver a la normalidad de ese bache que, desengañémonos, nunca nos van a quitar. Tal vez si lo rellenáramos con los panfletos que inundan los buzones...