Hambre
Es increíble lo hacendoso que es mi metabolismo, que toda chispa de caloría la guarda cual hormiguita en el hormiguero de mi barrigota, o de mi panadero culo. Mal oficio para esta época, pues desde que la mujer ha empezado a fijarse en esta parte de la anatomía masculina, los regordetes vamos de ídem. ¡Y a mí que me dijeron que nunca valorara a las señoras por su trasero!
Ha llegado el momento de plantar cara a esta curva de la felicidad antes de que me termine de amargarme la vida; línea a la que haciéndole un exhaustivo análisis llego a la misma conclusión: si no puedo dar las clases a ritmo de aerobic para evitar el sedentarismo, ni hacer una dieta adecuada en un comedor escolar, ni me da la gana cambiar de estilo de vida, ha llegado el momento de pasar hambre.
Hacer régimen es muy sencillo, pues yo lo empiezo todos los lunes; mas este juego de sumar poco y restar mucho deja pronto de serme factible sin tener que acudir a ningún tópico: simplemente el hambre me pone de mal humor, bloquea mis sentido y agria mis habituales buenos modales. Y no creo que los demás tengan que pagar los platos rotos, que son los que menos comida pueden llevar.
Y con el hambre, el ejercicio. Recorrer caminos al rítmico trote de la respiración o del jadeo, según las toxinas acumuladas; luchar despiadadamente contra un cuerpo que te pide clemencia, un sofá donde desparramarse. ¡De eso nada! ¡Otra vuelta más! El descansar está eliminado de mi diccionario, pero juro que no me lo he comido. Hambre y cansancio, creo que mi humor no va a dar mucho de mí.
Todo sería más fácil con una motivación. Uno quiere pensar que las mujeres no se asoman por mi físico, pero no estoy seguro de querer descubrir qué pasaría si tuviera un tipo un par de tallas menor. Por muchas palabras que oiga, lo importante es el envoltorio, y la que no se lo crea, que venga y me lo demuestre con un beso, ¡leches! Ups, perdón... ¿lo veis? ya se me ha agriado el carácter