Refutando, que es gerundio...
No es la mejor profesora, ni el álgebra era la asignatura más importante de mi carrera, pero Amalia me enseñó una lección fundamental que espero nunca olvidar: Un ejemplo no demuestra nada, mientras que un contraejemplo puede tumbar la más firme de las teorías. La refutación es el tomahawk de la pobre tribu india del raciocinio, que poco tiene que hacer contra los fusiles de los casacas azules comandados por la superchería.
Fue en esa misma facultad donde los directivos se empeñaron en cerrarnos las puertas a quienes accedíamos al segundo ciclo mediante curso puente desde la diplomatura. Nos consideraban inferiores, y lo demostraron corrigiéndonos con distinto rasero los exámenes. Nuestras protestas fueron calladas devaluando aún más nuestros trabajos por un catedrático pedante que cree que dios engaña a los hombres para que no puedan dirimir sobre su existencia.
Para nada sirvió la matrícula de honor que había obtenido en el proyecto fin de carrera unos meses antes, ni los trabajos para revistas una de ella extranjera -, que estaba preparando. Era inferior por venir de otros estudios. Supongo que también pensó lo mismo cuando, hace poco, coincidimos en el curso de doctorado y tuve a bien rebatirle sus obsoletas teorías creacionistas. Sé que salí vencedor, por mucho que él siga siendo catedrático y yo un pobre indio.
Mi hacha tampoco ha servido para combatir a mis jefes, empeñados en que no sirvo para docente y en hacerme contratos pírricos muy por debajo de lo que la ley y mis derechos marcan. Recuerdo que esa afirmación se la tuvieron que tragar cuando me concedieron un gran premio de tecnología educativa. Nunca me han perdonado el haberles refutado, pues nunca tuvieron una Amalia de profesora que les hiciera reflexionar sobre sus sentencias.
¡Y qué decir del terreno personal! Por muchos cuervos negros que haya visto, no puedo asegurar que no exista pájaro de mal agüero que vista otro pijama. Sin embargo, generalizar es válido en aquellas mujeres para las que la amistad y el amor van por caminos opuestos, aserto que se empeñan en cometer una y otra vez. ¡Ojalá me dejen enterrar el hacha con el que me defiendo para fumar juntos, de una vez por todas, la pipa de la paz!
Uno se llega a cansar de hacer el indio, de desenterrar el hacha una y otra vez sabiendo que perderás unos fotogramas después. Porque por muy frío y seco que pueda ser el golpe de la refutación, nada tiene que hacer contra la virulencia de el arma de la irracionalidad. Sin embargo, sé que en esta película los únicos que han cabalgado por las praderas de la libertad y la razón han sido nuestros guerreros. ¿Quién se apunta a cortar cabelleras?